miércoles, 25 de mayo de 2016

VENTAJAS DE LOS “COTILLEOS” EN EL TRABAJO


En el boletín de Fast Company del pasado 19 de mayo, Art Markman plantea que los chismorreos y rumores en el ambiente laboral pueden no resultar un hábito tan nocivo como se piensa. 

Si trabajamos en una organización con frecuencia participamos en discusiones diarias sobre nuestros compañeros. Es una práctica normal ya que las personas queremos saber quién obtiene una promoción o si se producen sanciones, por ejemplo. Nos gusta conocer aspectos de las vidas de los que nos rodean y las noticias y los comentarios sobre ellos se difunden con rapidez en el entorno laboral. Pero existe la tendencia a considerar que este tipo de información es una mala práctica en el trabajo. Muchas de las historias que se difunden efectivamente tienen elementos negativos: las relaciones se complican, los compañeros cometen errores y reciben reprimendas por ello o son despedidos,… Existen también miedos compartidos sobre recortes presupuestarios o en las plantillas. Independientemente de que todos estos factores negativos nos pueden afectar tendemos a pensar que resulta  de mal gusto participar en este tipo de conversaciones y procuramos mantenernos fuera de los círculos de rumores y cotilleos. Pero aunque éstos puedan conducir a meteduras de pata y errores notables es importante reconocer que pueden jugar un papel importante en la estructura social de la organización.

Las organizaciones eficaces funcionan como una comunidad de vecinos. Los vecinos comparten una cantidad apreciable de interacciones sociales lo que conduce a la construcción de un nivel de confianza que les permite la convivencia. Los “cotilleos” permiten solidificar estas mismas relaciones de vecindad entre compañeros. Generan gran cantidad de historias compartidas que forman parte de la experiencia colectiva compartida por los profesionales que trabajan en una organización. En otras palabras es un ingrediente clave para una cultura saludable en el trabajo.

Al compartir información informal las personas que de otra forma pueden ser identificados por sus compañeros en función de sus roles dentro de la organización pueden interaccionar unos con otros como seres humanos, con las mismas debilidades que todos. También sirve para reforzar el sentido de los valores compartidos. Cuando contamos historias de personas que han hecho cosas particularmente buenas o malas estamos afirmando lo que creemos que son comportamientos organizacionales adecuados o no. Aunque no exista una discusión explícita de cuáles son los valores imperantes los rumores difunden mensajes sobre quiénes pueden ser considerados héroes o villanos.  Por tanto si no participamos en este tipo de conversaciones podemos estar perdiendo la oportunidad de establecer lazos  con nuestros compañeros y de compartir historias que van a solidificar el sentimiento de vecindad. Peor aún al mantenermos fuera de los “cotilleos” estamos erosionando la confianza con nuestros compañeros ya que parece que estamos censurando este tipo de conductas.

Todo lo anterior es cierto si no perdemos de vista que es necesario asegurar que se tiene que utilizar para unir y no separar o vilificar a las personas, no empleándolos con fines maliciosos.

La mejor forma de evitar caer en esta última tentación es la más sencilla: recordar siempre que las personas de las que estamos hablando son compañeros y forman parte de nuestro entorno de trabajo, ya que vamos a tener que convivir con ellas.

Si vemos que empezamos a sentirnos incómodos con la dirección de los comentarios, porque se está cruzando la línea que separa el ser curioso de ser mezquino es importante intentar frenar la situación. Puede resultar difícil hablar públicamente en un momento en el que se nos puede considerar como aguafiestas, pero podemos buscar ocasiones en las que hablar privadamente con nuestros compañeros para manifestarles nuestras preocupaciones sobre las historias que están circulando.

Los rumores y “chismorreos” pueden ayudar a que nuestro entorno laboral funcione y florezca pero  es importante no olvidar que la expresión de nuestros valores es una forma de asegurarnos de que ese florecimiento se está produciendo por las razones adecuadas y para el beneficio de todos y no sólo de unos pocos.


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